jueves, 24 de febrero de 2011

La ciudad de los faros eternos

En aquel lugar, cada persona nace bajo un faro, que lo acompañará durante toda su vida, el faro iluminará la vida, será su hogar y compañía por el resto de la vida.
En el centro de la ciudad, había un faro pequeño, pero la luz que emitía era especial, la luz era color esmeralda y, aunque fuera pequeño, era capaz de iluminar el cielo entero en las noches de primavera, y dar calor durante el invierno. En el faro vivía una niña pequeña, que, orgullosa de lo que tenía, se sentía afortunada y protegida, por lo tanto desaparecía en las mañanas y volvía muy entrada la noche, guiándose por el faro de luces verdes que la iluminaban siempre.
Hace un año atrás, el faro comenzó a agotarse, las luces se tornaron débiles y ya no podía dar calor. Entonces la niña sólo abandonaba el faro para buscar comida y fuego para no despegarse del faro, que se estaba debilitando.
La niña salió en busca de especialistas que pudieran repara el daño, recorrió otras ciudades tratando de encontrar una solución.
En varias ocasiones consiguió el combustible, que hizo que el faro funcione en ocasiones.
De tanto probar con el tiempo, el faro comenzó a recuperarse, recuperó toda la fuerza, y volvió a iluminar... pero la niña tenía miedo, y no se podía separar.
Hace poco tiempo el faro volvió a descomponerse, y la luz se vuelve débil, delgada y por algunos momentos la luz alumbra hacia el horizonte, como perdido, como buscando algún lugar.
La niña se rehúsa a vivir sin su faro, porque sabe que las personas que se quedaron sin sus faros ya no son iguales, ya no les brillan los ojos y se les hace más difícil encontrar el camino a casa.
La niña sabe que podría quedarse sin luz, en cualquier momento, incluso en medio de la noche, en el medio de la nada.
Al faro lo carcomen por dentro, impidiendo que brille en la punta como lo hacía antes, y a la niña sólo le queda darle calor y disfrutar del color de su luz.