Lo apuñalé tantas veces que ya no guardaba secretos en su desconocido cuerpo. Tantos huecos que dejaban escapar la sangre y el aire.
Levanté el cuchillo al aire, buscando la luz para curiosear el color de su sangre – roja, como todas- me dije, lo sostuve con fuerza y con las dos manos lo apuñalé otras cincuenta veces más, mientras lo disfrutaba, gritaba – Dónde está tu alma maldito!- apretando los dientes con fuerza como lo hago todas las noches cuando los gasto.
La sangre manchó mis calzados, medias, pantalón, remera, manos, brazos y rostro. El suelo estaba cubierto de ella y ojalá lo hubiera cubierto con sus vísceras. Sin conocerlo lo odiaba como nunca lo hice, como nunca lo volveré a hacer.
Luego me invadió la angustia, como una sombra pesada que ingresaba violentamente por mis poros y no me dejaba respirar. Él también ingresó violentamente a mi rutina, y tampoco respiraba más.
Me sentía una idiota útil por formar parte del violento círculo vicioso “víctima- victimario”.
Le di unas dos puñaladas finales, con la primera grité “Mal”, y con la segunda “Nacido”.
Si su vida hubiera sido otra no terminaría hecho un colador. Sus hijos serán cómo él. Y vengarán su muerte conmigo…o con otra víctima.
Fue en defensa propia.
1 comentario:
Me encanta como escribis! esto estuvo muy denso jaja
Publicar un comentario