sábado, 3 de enero de 2009

No tengo tiempo para morir hoy, lo siento.

Lo apuñalé tantas veces que ya no guardaba secretos en su desconocido cuerpo. Tantos huecos que dejaban escapar la sangre y el aire.
Levanté el cuchillo al aire, buscando la luz para curiosear el color de su sangre – roja, como todas- me dije, lo sostuve con fuerza y con las dos manos lo apuñalé otras cincuenta veces más, mientras lo disfrutaba, gritaba – Dónde está tu alma maldito!- apretando los dientes con fuerza como lo hago todas las noches cuando los gasto.
La sangre manchó mis calzados, medias, pantalón, remera, manos, brazos y rostro. El suelo estaba cubierto de ella y ojalá lo hubiera cubierto con sus vísceras. Sin conocerlo lo odiaba como nunca lo hice, como nunca lo volveré a hacer.
Luego me invadió la angustia, como una sombra pesada que ingresaba violentamente por mis poros y no me dejaba respirar. Él también ingresó violentamente a mi rutina, y tampoco respiraba más.
Me sentía una idiota útil por formar parte del violento círculo vicioso “víctima- victimario”.
Le di unas dos puñaladas finales, con la primera grité “Mal”, y con la segunda “Nacido”.
Si su vida hubiera sido otra no terminaría hecho un colador. Sus hijos serán cómo él. Y vengarán su muerte conmigo…o con otra víctima.
Fue en defensa propia.

1 comentario:

beritH dijo...

Me encanta como escribis! esto estuvo muy denso jaja