sábado, 24 de enero de 2009

Luces de Faro.

La luz que provenía del faro del automóvil no me dejaba ver dónde estaba, y los golpes que recibí en el rostro me dejaron los ojos hinchados y con eso mucho menos iba a saber dónde estaba.
El sabor y el olor de la sangre coagulada me desesperaba aún más. Algunos dedos de las manos los tenía torcidos, y en otros me faltaban las uñas.
No tenía la noción del tiempo y espacio, y me había arrastrado hasta perder el conocimiento quién sabe cuántas veces, ni por cuántos días.
Delo único que estoy segura es que siempre tuve la sensación de que alguien seguía mis pasos, y me daba mucho miedo. Esto me obligaba a acelerar los pasos, aunque en realidad me seguía arrastrando. Cuándo caía la luz me escondía entre ramas y hojas secas, para protegerme de quién me seguía y del frío de las noches, no podía hacer fuego con las ramas porque eso podría delatar mi escondite, por lo cual las uñas de los pies y las pocas que quedaban en mis manos se volvían moradas. Luego me despertaba la luz del faro del automóvil, y todo empezaba de nuevo, las manos, las heridas, el hambre, la sangre, y me arrastraba entre ramas y piedras hasta desmayar o quedar dormida. Apenas amanecía y me escondía detrás de los árboles y me movilizaba lentamente, ni las aves se percataban de mi existencia; me alimentaba de las raíces de los árboles, y de alguna que otra fruta silvestre que encontraba, todas ellas eran amargas. De vez en cuando encontraba una fruta que era la única que me agradaba por su sabor agridulce, era pequeña, redonda, roja. Las había en gran cantidad, y las comía sin parar como si fuera una gran torta llena de dulces. Derrepente los recuerdos volvían, la sonrisa de mi hijo, un beso de mi marido, un parque lleno de juegos y personas felices, una mano golpeándome una y otra vez y la oscuridad se apoderaba de mi cuerpo, y desmayaba de nuevo.
Hoy desperté a lado de un arroyuelo, el murmullo del agua y el frío del amanecer me hicieron titiritar, pero igual me dí un baño, el lodo y la sangre dejaban ver mi cuerpo desnudo, no recuerdo cuándo perdí la ropa. Mi rostro se reflejaba en el agua, pude ver que la hinchazón había bajado lo suficiente, y la heridas comenzaban a cicatrizar, las uñas comenzaban a crecer. Decidí estirarme los dedos torcidos, y para ello mordí un pedazo de rmaa blanda, luego me sumergía en el arroyo, para que no se hinchen de nuevo.
Ya tenía fuerzas para levantarme, pero aún lo hacía lentamente, cuando el sol estaba sobre mi cabeza supuse que era medio día, y debía buscar algo para comer. Encontré un árbol de gomero y con sus hojas y ramas que cuelgan me cubrí el cuerpo. Me trepé al árbol y me sentí segura entre sus ramas gruesas y sus grandes hojas. Atrapé algunas aves, y las cociné en el fuego, ya no tenía miedo porque el árbol del gomero me protegía y el humo no se dejaba ver en lo alto. A unos pasos, sin abandonar lo suficiente el árbol encontré de nuevo el árbol de frutas rojas, y me proveí de ellas para la noche y el desyuno de la mañana.
Oscureció y trepé a lo más alto del árbol que pude, me acomodé en una rama gruesa, y me cubrí de hojas secas, mientras trataba de recordar lo que sucedió, no dejaba de comer las frutitas, y quedé dormida de golpe. El sonido de los animales se volvía más fuerte y envolvente, y quedé envuelta en esa sinfonía natural.
BAAAAAAAAAAAAAAM!! Abrí los ojos, de nuevo el maldito faro!!, ahora se acoplaban los sonidos de los automóviles y una sirena.
BAAAAAAAAAAAAAAM!! de nuevo el bocinazo, ahora lo distinguía, al recuperar el sentido, sentí un dolor inmenso en todo el cuerpo como si me hubieran atropellado, y no podía moverme. no sé cuánto tiempo estuve inconciente por haber soñado todo eso. Los bomberos me estaban acomodando el cuello y la columna en la camilla. Mientras me llevaban al hospital, les pregunté por cuánto tiempo estuve inconciente, me respondieron que llegaron a los seis minutos de la llamada que se hizo al instante del choque. Levanté mi mano derecha y pude ver que mis dedos estaban un poco lastimados, pero no torcidos y tenía todas las uñas, bajé la mano y sentí el algondón de la ropa que llevaba puesta, como si no la hubiera sentido en todo ese tiempo que estuve cubierta por ramas y hojas secas, pero tenía el sabor a sangre en mis labios.
Era todo muy confuso, el bosque, la luz del faro, y ahora que estaba atropellada en medio de la ciudad, como si nunca me hubiera arrastrado en medio del monte, y me hubiera alimentado de aves y frutas rojas. O estaba loca, o lo soñé en un momento...

2 comentarios:

[...] dijo...

I [corazón] anita (pero me voy a enojar si no te vas a ver el cielo ya no)

Analice Vera dijo...

guat?!